Ponencias de la cineasta iraní, Narges Abyar y el consejero cultural, Mohammad Mahdi Ahmadi en La jornada del cine Iraní
Desde el inicio de la llegada del cine a Irán, nos encontramos ante una mirada masculina, que generalmente se centraba en el mundo masculino, buscando la satisfacción del público masculino. Era natural, las mujeres todavía no eran reconocidas como audiencia, y las salas de cine estaban llenas de hombres que buscaban una imagen femenina que estuviera relacionada con fantasías sexuales, la presencia de mujeres en el cine se limitaba a bailarinas y prostitutas que mostraban sus cuerpos en primeros planos.
Ponencia de Narges Abyar:
Desde el inicio de la llegada del cine a Irán, nos encontramos ante una mirada masculina, que generalmente se centraba en el mundo masculino, buscando la satisfacción del público masculino. Era natural, las mujeres todavía no eran reconocidas como audiencia, y las salas de cine estaban llenas de hombres que buscaban una imagen femenina que estuviera relacionada con fantasías sexuales, la presencia de mujeres en el cine se limitaba a bailarinas y prostitutas que mostraban sus cuerpos en primeros planos. Mientras tanto, de vez en cuando se hacía alguna película basada en la nueva ola, que intentaba presentar una imagen diferente de la mujer, aunque este cine también estaba en manos de hombres que se consideraban guardianes de las mujeres. Con el surgimiento de la revolución 1979, el cine estuvo cerrado por un tiempo, el nuevo sistema de gobierno tenía una visión diferente de la mujer. Como reacción al enfoque anterior, quería reducir a las mujeres a madres y amas de casa castas, en el hogar. Las mujeres aún no habían encontrado la oportunidad de ser narradoras de su propio mundo femenino.
El inicio de la guerra afectó al cine en Irán; las películas eran generalmente bélicas, la guerra era un tema masculino, fuertemente masculino, los hombres luchaban en el campo de batalla, las mujeres estaban presentes en una posición pasiva tras la escena; en aquellas películas carentes de mujeres y cuyos héroes seguían siendo hombres no tuvieron oportunidad de estar presentes y finalmente se limitaron a ser madres y mujeres que, en sus escuetas apariciones, quedaban a la espera, o de de escuchar la noticia de que sus seres queridos habían muerto, o de preparar alimentos para los hombres que luchaban en el frente.
Pero con la continuación de la guerra y las condiciones que surgieron hubo una mayor necesidad de la presencia de mujeres, la prolongación de la guerra, los hombres que regresaban cansados, heridos, muertos o mutilados del largo conflicto dieron a las mujeres la oportunidad de estar más presentes en la comunidad y tener una presencia más determinante.
Los cineastas hombres estaban ocupados con el tema de la guerra, que ahora habían bautizado con el nombre de “Defensa sagrada”. Generalmente, los cineastas habían vivido la experiencia de estar ellos mismos en el frente, y esto les daba derecho a abordar el tema de la guerra, que naturalmente se relaciona mayormente con el campo de batalla mismo, lleno de escenas bélicas. Balas y morteros, fuego y explosivos. Las mujeres cineastas tenían ahora la oportunidad de abordar cuestiones sociales en ausencia de cineastas masculinos. La guerra creó una oportunidad para que las mujeres cineastas se mostraran.
Con el fin de la guerra, el tema bélico seguía siendo una prioridad para los cineastas hombres. En realidad, ellos aportaban sus profundas experiencias en la guerra, pero no podían comprender la situación social de la sociedad, mientras que las pocas mujeres que trabajaban el cine social sí que tenían una mirada más profunda a la sociedad y sus obras eran una representación más realista. Ahora la sociedad necesitaba mudarse de piel, y, con la llegada al poder del gobierno reformista, las mujeres obtuvieron más oportunidades. La mirada de ellas era más profunda, veían más detalles que los cineastas hombres ignoraron en el frenesí de la guerra y en los años posteriores.
Desde el punto de vista de los hombres, la guerra fue grande, enorme y llena de importancia, pero naturalmente estaban lejos de la sociedad actual que trajo a una nueva generación y no eran capaces de abordar los detalles de la sociedad.
La guerra es una de esas cuestiones simples pero complejas. Tienen por lo común un principio y un final empañados en polvo, y su mitad es harto ruidosa. En el meollo del conflicto no se le da al cineasta la oportunidad de reflexionar y pensar, está tan imbuido en los acontecimientos que no le permite hacer un análisis en aquellos momentos.
Es como una explosión repentina que toma tiempo para que el fuego y el humo se mitiguen, para que el polvo resultante de la destrucción de la tierra se asiente, para que los sucesos se posen en la mente hasta que se pueda ver el volumen de destrucción y sus consecuencias. La experiencia de ocho años de guerra que en un principio había dejado a las mujeres al margen, cuanto más pasaba y más se posaba en la mente, más consecuencias tenía y las mujeres eran más capaces de comprender y asumir que cuanto más tiempo transcurra de los acontecimientos mejor se puede observar el tamaño y la forma de su destrucción.
Las mujeres cineastas tuvieron la oportunidad de mirar la guerra sin emoción alguna. Comprender y narrar la guerra en su forma real. En esta perspectiva femenina de la guerra, el campo de batalla, con todas sus aventuras y acontecimientos, con todo su fuego de artillería y ráfagas de ametralladoras, no valía, no tenía importancia. La guerra no era algo que pudiera circunscribirse únicamente al ruido de las armas, a los equipamientos guerra y a los hombres que luchan. De hecho, desde el ángulo de visión femenino de la guerra y la sociedad de posguerra, había más delicadeza, sosiego y paz y más detalles que el punto de vista masculino ignoraba.
No es menester decir que la guerra es una experiencia dura y que tiene un impacto profundo y desagradable en la sociedad y, a medida que pasa el tiempo, es como una herida que se agrava y que termina supurando. Mi infancia y mi adolescencia transcurrieron en aquella guerra, una guerra de la que no entendía el significado. Para un niño de siete u ocho años, la guerra se reducía a noticias en la televisión y en la radio, y luego se convertía en las largas ausencias de mi padre. Mi padre era un camionero que llevaba comida a los soldados del frente.
Mi hermano marchó al frente cuando tenía sólo 16 años, aunque ambos finalmente regresaron vivos, nuestra familia se enfrentaba constantemente al sufrimiento y las consecuencias de la guerra. No había día en el que no hubiera noticia entre nuestros amigos y conocidos de la muerte de un joven en la guerra. En aquellos días estábamos también envueltos en una guerra civil y esto empeoraba la situación. Por la noche dormíamos con la pesadilla de los ataques aéreos y nunca olvidaré el terror que nos provocaban las sirenas de aviso. Nuestro pueblo estuvo en guerra durante 8 años; una guerra que no iniciamos nosotros y que fue la más larga del mundo en los últimos 100 años.
En mis películas intento mostrar la faceta más dura y odiosa de la guerra, sin mostrar grandes escenas bélicas. En realidad, me interesa más y son para mí más importantes la representación de los márgenes que el contexto de la guerra, con todas sus aventuras y acontecimientos. Me fascina la representación de los márgenes simples y cotidianos causados por la guerra, que son consecuencias de la guerra.
En mis primeros trabajos, la narrativa surge a menudo como reacción al contexto del acontecimiento y en los detalles invisibles de la historia, no en el corazón del incidente ni de la historia en sí. Lean las obras de Raymond Carver y Jhumpa Lahiri, para los que buscan historias de aventuras; parece que no tienen historia, pero es en el contexto donde suceden los hechos. Entre relaciones humanas, personas, caracterizaciones, etc., quiero decir que en mi opinión, la historia no es necesariamente acción y creación de incidentes.
En mi primera obra de ficción larga mantuve un enfoque minimalista y un sustrato contextual: una mujer traviesa se ve obligada a quedarse en casa y bajo el dominio de un marido fracasado e irresponsable. Un plato roto, lo más simple que puede ocurrir en una casa, hace madurar a esta mujer; en Zanja 143 sigo este mismo enfoque.
El tema del film es bélico, pero no hay rastro de la guerra ni del campo de batalla; trata sobre una madre cuyo amado hijo marchó al frente sin decírselo; esta mujer pueblerina no puede hacer otra cosa que esperarlo. Su casa está a miles de kilómetros del frente. La historia transcurre en cuarenta años, cuarenta años de espera de una mujer para la que todo está cambiando, su cuerpo, su sociedad y las personas que la rodean, pero ella sigue esperando a que su hijo regrese del frente.
No me hicieron falta preparativos especiales para el transcurso de esos 40 años; un joven se fue y no regresó, pasan 40 años y nunca regresó, he limitado esta guerra y sus consecuencias amén de los cambios de décadas de una sociedad de posguerra a una aldea y a una casa rústica. Según el público y la crítica tuve éxito en la narrativa; con todo esto quiero decir que cuando queremos transmitir un tema mediante el cine, no necesitamos hacerlo ver. El cine actual se ha ligado demasiado a mostrar y hacer ver todas las cosas. A veces el no ver y el no mostrar funciona mejor.
Para finalizar quiero decir que el cine bélico desde el punto de vista femenino tiene la dicha de poder mostrar sus márgenes, sus ángulos no vistos, sin tener que centrarse en la trama central de la guerra, que está lejos centro de los acontecimientos en términos de espacio y tiempo, para representarlo de manera más efectiva a la audiencia. Semejante punto de vista femenino no se limitará a declaraciones políticas y morales y brindará a su audiencia la oportunidad y el derecho de comprenderse y aceptarse a sí misma.
Ponencia de Mohammad Mahdi Ahmadi:
El consejero cultural de la Embajada de la R.I. de Irán en España, Mohammad Mahdi Ahmadi ha hablado en una intervención ante miembros de la Asociación de Artistas de Cine Español sobre el cine iraní producido tras la Revolución Islámica: “El cine iraní es famoso en el mundo por carecer de violencia, no estar sexualizado y por su humanidad y moralidad; estos son los componentes principales del cine iraní, y las principales producciones habidas en Irán en estos últimos 40 años tratan temas que le importa y concierne a todo el mundo, temas que posiblemente formen cada uno de ellos parte de aquello que preocupan el interior de los seres humanos.”
Ahmadi dijo también: “Otra parte del cine iraní, que se conoce como cine moral, se origina en la naturaleza de los seres humanos. Por ejemplo, películas como “Los niños del cielo” y “El color del Paraíso”, dirigidas por Majid Majidi, que representan cada una lo que es el cine iraní y sus temas se basan en la naturaleza humana, por esta razón el cine iraní es tan aplaudido en el mundo. Son obras que han destacado en diferentes festivales cinematográficos”.
“El cine iraní no tiene la parafernalia exterior que tiene el de Hollywood, pero en lo que se refiere a temática es variado y posee una estructura artística. Por otro lado, después de la revolución, muchos directores, actores, cineastas y músicos han evolucionado bien en sus campos y forman los elementos técnicos y artísticos del cine iraní”, agregó.
El diplomático iraní habló también de números, y señaló que cada año, alrededor de 2.000 obras entre cortometrajes, largometrajes y documentales iraníes son aceptados en diversos eventos, y quizás más de 100 obras iraníes han ganado premios en festivales y han pasado a los fondos del Museo del Cine. Cada año en Irán cerca de 5.000 de cortometrajes son realizados por jóvenes cineastas y por la Asociación de Cine Joven, asociación que no hay en muchos. Estas películas se proyectan en diferentes festivales.
Ahmadi enfatizó: “El cine iraní ha recibido premios importantes que no tienen rival en los países de la región, salvo unos pocos países que tienen cine y producciones importantes, como la India, China o algunos países europeos que tienen una historia cinematográfica. Los premios a las películas iraníes son en su mayoría premios prestigiosos y son pocos los festivales en los que alguna película iraní no haya ganado el premio principal”.
Ahmadi recordó también cómo el cine iraní ha trabajado en la producción de películas sobre la Defensa sagrada (guerra irano-iraquí) “retratando bien los acontecimientos que fueron causados por los enemigos del pueblo de Irán, para que ahora la generación joven pueda ver en imagen y sonido los crímenes de Saddam Hossein, del ISIS y de otras bandas terroristas”.
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